Autobiografía de
Herbert W. Armstrong

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Capítulo 9

 

CÓMO CONOCÍ A MI ESPOSA

 

En la crónica de las experiencias que me dieron el entrenamiento para las actividades posteriores, ninguna excedió en importancia a las experiencias de las citas que culminaron en MI matrimonio –al menos ninguna excedió a la experiencia del matrimonio.

Si bien es cierto —como se ve claramente al hacer una retrospectiva— que el Eterno Dios sabía que me llamaría a la importante actividad que ahora realizo con creciente impacto, y que estos años formativos tuvieron cierto grado de guía divina invisible; también es cierto que la selección de mi esposa fue providencial.

Fue a través de ella –en años posteriores— que las circunstancias forzaron mi conversión y me indujeron a la Gran Comisión. Esta comisión ha sido, desde el principio, un trabajo de equipo, en el cual la Sra. Armstrong ha participado igualmente –aunque esto no haya sido evidente para muchos.

Ninguna fase de la vida de un hombre es más importante, o tiene mayor repercusión en su futuro éxito o fracaso, que las experiencias románticas y su culminación en matrimonio. Lo mismo es cierto en las vidas de las chicas que han alcanzado la edad de salir con chicos.

Pocos jóvenes comprenden hoy la seriedad de esta fase de la vida. La gente joven de hoy parece no saber cómo tener relaciones serias. Las relaciones serias se han convertido virtualmente en un arte perdido en América. La mayoría comprende poco, o no comprende, la naturaleza del verdadero amor, o el significado y la responsabilidad del matrimonio. Son hombres y mujeres físicamente, pero emocionalmente son niños.

Permítanme repetir aquí que yo nací en una familia de sólidos principios cuáqueros. Yo fui criado con la creencia que el matrimonio es PARA TODA LA VIDA; y el divorcio era algo que ni se mencionaba en nuestra familia. El matrimonio era considerado seriamente, como algo en lo que no debía pensar un joven hasta que hubieran adquirido su educación y su preparación –y hasta que estuviera establecido financieramente como para mantener a su esposa e hijos.

Por consiguiente, antes de los 24 años, en mis relaciones con chicas nunca pensé en el matrimonio –excepto, quizás, que fuera indirectamente.

Mi “sistema” de citas

Al decir “indirectamente” me refiero a que TENÍA UN “SISTEMA”. Yo era lo suficientemente presumido para pensar que era un muy buen sistema. Yo estaba muy consciente de no saber lo que era el amor verdadero. Sin embargo, tenía el concepto que era algo misterioso que podía golpear a un joven hombre cuando éste no estaba prevenido. El joven repentinamente “caería” por una chica. Entonces conjeturé que una vez sucediera esto, la pobre víctima habría perdido su equilibrio mental. Asumí que tal joven quedaría “enganchado” e incapaz de ayudarse –y si la chica no era la correcta, él no podría reconocer este hecho.

En otras palabras, yo tenía miedo de ser tomado por sorpresa y de ser sumergido, sin esperanza, en un matrimonio eterno con la mujer equivocada. Yo había escuchado que el amor era ciego. Si yo llegaba a enamorarme de la chica equivocada, probablemente estaría tan cegado que no podría ver este hecho. Mi vida estaría arruinada. Así es como yo lo suponía entonces.

Mi “sistema” estaba fuera de esta posibilidad. Yo no quería entablar algo serio, o pensar en el matrimonio, antes de haber avanzado lo suficiente como para mantener a mi familia. Pero si este “bicho del amor” me apuñalaba prematuramente con una porción de amor, yo quería estar asegurado para que no fuera con la chica equivocada.

Por tanto, mi “sistema” era este: Generalmente evitaría incluso invitar a salir a una chica, a menos que ella pareciera –dentro de mi perspectiva— ser al menos elegible, si perdía mi cabeza y me enamoraba de ella. Luego, en mi primera cita, siempre había algo en mi mente –analizar a esa chica fríamente desde el punto de vista de qué tipo de esposa y de madre sería si yo llegara a perder la cabeza por ella. Si ella definitivamente no daba la talla, yo evitaría firmemente una segunda cita. Y si no estaba muy seguro, me permitiría una segunda cita –si es que ella parecía suficientemente interesante. Si alguna chica pasaba mi examen analítico, entonces me aseguraba de sacar de mi mente cualquier pensamiento de matrimonio, pero ella permanecía en la lista de chicas que eran elegibles para citas –SI YO lo deseaba.

Como resultado de este “sistema”, salí con chicas que yo sentí que estaban por encima del promedio. Yo disfrutaba una chispeante conversación. Si la chica era incapaz de hacer su parte en tales conversaciones “intelectuales”, o si carecía de la brillantez mental, esta ya no calificaba para otra cita.

Mi primera cita

Supongo que muchos chiquillos, con edades de 4 ó 5 años, seleccionan a una chiquilla y la llaman su “novia” o su “amiguita”. Esto, por supuesto, es muy tierno para los padres o para otros adultos. Yo ya he mencionado a una chiquilla que participó conmigo en cierta obra teatral de la iglesia –a la edad de 5 años.

Luego, a eso de los 9 ó 10 años de edad, un compañero de la escuela dominical y yo seleccionamos a una chica a la que llamábamos “nuestra chica” –sólo que ella nunca lo supo. Nosotros éramos muy chicos y muy tímidos como para decírselo.

Besé a una chica por primera vez cuando tenía doce años. Algunos de los chicos del vecindario estábamos jugando al “correo”. Creo que secretamente consideraba a esa chica como mi “novia”, aunque no estoy seguro que ella lo supiera. Aún recuerdo su nombre.

También recuerdo el nombre de esta chica de la escuela dominical –la que compartíamos con mi compañero. Sin embargo, me abstendré de mencionarlo porque el otro chico finalmente comenzó a “andar con ella” cuando tuvo la edad –y luego se unieron en matrimonio. He oído que se mudaron a Pasadena.

Pero mi verdadera primera cita llegó cuando era novato en secundaria. Yo estaba con una vecina que también era nueva en la escuela North High, en Des Moines. La ocasión era algún evento que tuvo lugar en la tarde. Recuerdo que estaba muy cohibido por estar en un auto a solas con una chica.

¿POR QUÉ es que tantos jóvenes adolescentes sienten tanta vergüenza al estar en presencia de chicas de su edad, mientras que las chicas jamás parecen estar ni un poco apenadas?

Continué saliendo con esta chica por unos siete u ocho años, pero jamás fue “formalmente” como muchos jóvenes lo hacen hoy, y jamás fue en serio. Jamás la besé.

Una vez, cuando probablemente tenía 22 ó 23 años, durante una cita en Des Moinés, comencé a colocar mi brazo alrededor de sus hombros. Ella rápidamente retiró mi brazo y lo colocó donde pertenecía. Pero no fue porque fuera “mojigata”.

“Desearía que no lo hicieras, Herbert” dijo ella. “Al menos no si no vas en serio. Tú eres el único chico con el que he salido que no me ha besado. Me gustaría mantener esto limpio. Realmente ha significado mucho para mí.”

Yo no iba en serio, así que mi brazo permaneció en casa para descansar por esa tarde.

Experiencias al “besar”

Cuando salí por primera vez con esta chica, cuando tenía unos 15 años de edad, y por unos años más, jamás “bese” o “acaricié” a alguna chica. Sólo que nosotros, en ese entonces, no lo llamábamos “acariciarse” o “besarse” –nosotros lo llamábamos “amarse”, y más atrás, en los tiempos de mi madre, era llamado “besuquearse”. No sé cómo le dirían en los tiempos de Abraham Lincoln, o en los tiempos de Adán y Eva, sin embargo, ha estado sucediendo durante todos estos siglos y milenios –sin importar el nombre. Este es un idioma universal. Sin embargo, en esta autobiografía, usaré la terminología actual por razones de claridad.

Hasta donde yo sé, durante los tempranos años de mis “citas”, esto de los “besos” o las “caricias” no era practicado con la promiscuidad de hoy. Yo salí con un número de chicas a las que consideré inusuales, y considerablemente arriba del promedio. Una era la hija del presidente de una compañía de seguros. Ella era la preferida de mi madre, y creo en esa época mi madre se hubiera alegrado de que me casara con ella. Sin embargo, ninguno de los dos teníamos el menor interés romántico el uno por el otro. Ella era artista y escultora. Yo la admiraba y respetaba, y con todo, disfrutaba citas ocasionales con ella.

Luego hubo otra chica, una vecina en Des Moines, quien sobresalía como artista. De hecho, esta chica sobresalía en cualquier cosa que hiciera. Yo salía con ella frecuentemente en Chicago, a medida que pasaba por allí en aquellos viajes como “captador de ideas”, mientras ella era estudiante del Instituto de Arte de Chicago. En realidad, ambas chicas estudiaban en el instituto de arte.

Hubo otra chica en Rock Island, Illinois, con quien me conocí a través de las dos chicas previas. Ella era miembro de una de las familias más antiguas y prominentes de Rock Island.

Sin embargo, a eso de los 21 años, parecía que el patrón de “besar” estaba siendo introducido. En aquel tiempo yo quería ser “moderno” y mantenerme al tanto. Comencé a pensar que quizá parecía estar un poco retrasado, y decidí que quizá debía comenzar a “besar” un poco –al menos luego de la segunda o tercera cita. En aquél tiempo, no creo que muchos lo hubiesen permitido en la primera cita.

Para ese tiempo, yo estaba saliendo con una chica en Des Moines. La chica era una “amiga” especial de una chica que estaba “formalizando” con un compañero mío. Los cuatro salíamos frecuentemente en citas dobles. Entonces comencé con el pasatiempo popular del “besuqueo”. Sólo que nosotros lo llamábamos “amar”. La chica no puso objeción. Su padre había muerto. Su padrastro era un distribuidor de autos, y muy frecuentemente, en nuestras citas, éramos llevados en auto por su padrastro y su madre. Nos “besábamos” abiertamente en el asiento trasero. Sus padres no parecían oponerse.

Luego, una noche, en el pórtico frontal, ella se puso singularmente nerviosa. Ella comenzó a decirme cuánto dinero le había dejado su padre, y que sentía que debíamos comenzar a planear qué hacer con él. Esto me vino como una descarga eléctrica. Comprendí que ella estaba dando por hecho el matrimonio, y tal pensamiento jamás había entrado a mi mente. Yo se lo dije. Esto la apuñaló directo al corazón.

“Pero si no vas en serio, ni has pensado en matrimonio, ¿por qué diablos me has estado ‘amando' todo este tiempo?” preguntó.

Yo le expliqué que ella era la primera chica a la que había “besado” –y que había llegado a creer que era considerado como anticuado por las chicas–que me parecía que esto se hacía generalmente y que las chicas lo esperaban. Le dije que lo había hecho porque creí que era lo que debía hacer.

Al decirle esto, ella rompió en llanto y corrió hacia su casa. Este repentino giro del asunto me hirió profundamente. Yo sabía que la había lastimado, y eso me hacía sentir como un sinvergüenza. Al día siguiente la llamé para disculparme. La madre me contestó.

“Mi hija me ha contado todo” dijo la señora con frialdad. “Ella no quiere volver a verte”. Luego me colgó el teléfono.

Entonces mi primera experiencia de “besar” llegó a un triste y casi trágico fin. Espero que esta chica se haya enamorado más adelante del hombre indicado para ella, y que haya encontrado un feliz matrimonio. Ella era una buena chica y se lo merecía. Jamás volví a saber de ella.

La verdad acerca de besar

He deseado mucho haber podido conocer, en aquellos días, lo que hoy puedo enseñar en la clase de “principios para la vida” en el Colegio Ambassador. Si hubiera comprendido la VERDAD acerca de esta práctica llamada “besuqueo”, esa buena chica se habría ahorrado la humillación de confesarle amor a alguien que no estaba enamorado de ella.

Sin embargo, yo no conocía tales verdades en aquellos días. Mis estándares eran aquellos de los otros jóvenes en mi mundo –es decir, los estándares de la gente joven que tenía ideales y buenas intenciones, pero basados en lo que le parece bien a los humanos.

El “insultar” a una chica –lo cual, de acuerdo con los estándares humanos significaba llevar los “besos” a un punto que sobrepasara la “decencia”— estaba completamente en contra de mi código moral. Jamás hice ese tipo de cosas en mi vida. Yo creía saber dónde “trazar la línea”. Y siempre era cuidadoso para observar esa línea humana.

Sin embargo, la gente joven no es tan cuidadosa. Lo que yo no sabía era que incluso el “besar” –así de inofensivo como suena— es la primera fase de las cuatro que conlleva la comunicación sexual. En lenguaje claro y sincero, “el besuqueo” o las “caricias” pertenecen AL MATRIMONIO, como una parte definitiva de la relación matrimonial. Los humanos usualmente invierten lo que está mal. Los humanos aceptan este acto preliminar del deseo sexual previo al matrimonio como parte de las citas –y luego prescinden de él después del matrimonio. Así se arruinan o se rompen frecuentemente muchos matrimonios.

Yo no comprendía, en ese entonces, cuántos actos de fornicación y cuántos embarazos prematrimoniales con causados por esta “inofensiva” y “popular” costumbre de “besarse”. La “nueva moralidad” ha reemplazado las fuertes convicciones que algunos de nosotros teníamos respecto a “dónde trazar la raya”.

Conocí a dos lindas chicas

Hasta 1917, yo jamás había pensado seriamente en ninguna chica. A mí me gustaba la compañía de las chicas. En mi vanidad, yo presumía que había salido con la “crema y nata” –con chicas considerablemente superiores al promedio. Sin embargo, durante estos años, yo aún estaba “yendo a la escuela” a adquirir conocimiento en mi campo elegido –en la forma en que había decidido que era la mejor para mí— para ganar experiencia y para prepararme para hacer UNA FORTUNA más adelante.

En mi absurda presunción de aquellos días, yo estaba convencido que me esperaba un éxito sobresaliente. Sin embargo, tenía ciertas ideas y convicciones –una de las cuales era que un joven no debía pensar en el matrimonio hasta que estuviera preparado para asumir las responsabilidades del matrimonio, y para mantener a una esposa. La idea de que mi esposa tuviera que trabajar para ganar dinero y ayudar con los gastos habría aplastado mi espíritu –habría sido una completa desgracia.

En enero de 1917, yo estaba en Des Moines en uno de mis viajes regulares de renovación de contratos y oferta de publicidad. Mi madre me había escrito que su hermana gemela, mi tía Emma Morrow, había sido atacada por la neumonía, y me pidió que la visitara en este viaje. Así que tomé el camino corto hacia la granja Morrow, a 30 millas al sudeste de Des Moinés, y a una milla al norte del pueblo llamado Motor –el cual consistía solamente de una tienda, una escuela, una iglesia y dos o tres casas.

Encontré a mi tía considerablemente mejorada, ya convaleciente. Durante la tarde, una chica de Motor –dos años menor que yo— vino a ver a mi tía. Ella me fue presentada como prima –pero era prima en tercer grado. Inmediatamente me impresioné. Ella era bonita y parecía ser una chica inusualmente buena. Su nombre era Bertha Dillon, y su padre poseía la tienda de Motor. Este señor era el primo en primer grado de mi madre.

Yo estaba disfrutando mi conversación con ella, cuando, a eso de las 4:30 p.m., entró su hermana mayor –Loma— dando saltos. No es una exageración. Yo no había visto tal energía e ímpetu en mucho tiempo. Ella literalmente exudaba energía, chispas, alegría y el amigable calor de una personalidad sincera y extrovertida.

Ahora estaba mucho más impresionado. Ella era mucho más bonita que su hermana. Había algo diferente en ella –algo sano que me gustaba. Ella era maestra en Motor. Me pregunté mentalmente: “¿Dónde pude haber estado toda mi vida que no había conocido a estas dos primas?” En ese tiempo, a pesar que estas chicas eran mis primas lejanas, yo pensaba en ellas solamente como “primas”.

Esto fue a mediados de semana. Mi primo, Bert Morrow (él era primo en primer grado), me llevó al pequeño pueblo de Beech para que tomara el tren a Des Moines. La enfermera de mi tía regresaría a Des Moines en el mismo tren. Loma se fue con nosotros en el “Model T” hasta Beech. Me enteré que ella planeaba ir a Des Moines el sábado para hacer algunas compras. Así que le pregunté: “¿Por qué no traes a Bertha contigo y nos juntamos a almorzar? Luego veremos una película por la tarde.”

Era una cita. Sólo que cuando nos encontramos el sábado, ella no traía a su hermana. Yo habría preferido a Loma solita, pero sentí que la propiedad exigía que las invitara a ambas. La llevé a almorzar al mejor lugar de Des Moinés en ese tiempo –el salón del té del almacén Harris-Emery. Este era uno de los almacenes más finos de la nación.

Realmente estaba disfrutando la cita. Ella no lo sabía entonces, pero estaba siendo intensamente analizada. Sin pensamientos de matrimonio, ustedes comprenden –solamente rutina, como siempre lo hacía en la primera cita. Ella parecía ser una chica con buen juicio, buen sentido y altos ideales. Ella tenía una inteligencia superior.

Tenía una profundidad mental de la que muchas chicas carecían. Y estaba muy consiente que carecía de sofisticación. De hecho, ella no era completamente de la ciudad.

No había en ella esa apariencia social orgullosa –no tenía ninguno de los amaneramientos artificiales de los productos de las “escuelas” orientales o del debutante social. En realidad, percibí que ella era un tanto ingenua. Ella era completamente sincera al confiar o creer en la gente. Ella no había visto ni aprendido mucho de la podredumbre o de la maldad de este mundo. Ella tenía esa frescura inocente y completamente nueva de la primavera.

Además, desde el instante en que la vi por primera vez entrando a la granja de mi tía, noté que era en parte una chica traviesa –activa y muy alerta. Lo que hacía, lo hacía muy rápido. Más adelante me enteré que sus hermanos la apodaban de dos formas –“ciclón” y “estrépito”. Ella estaba llena de diversión, y aún era seria –con lo sano de una chica rural de Iowa. Y, lo más importante, con carácter fuerte.

Observé rápidamente que aunque estaba alerta y con la mente activa, ella no tenía una mente superficial –activa pero poco profunda. Ella era capaz de discutir cosas serias y profundas de manera inteligente. Ella era muy extrovertida, pero no una parlanchina chismosa y superficial.

Aunque noté y me percaté inmediatamente de sus cualidades, ningún pensamiento de enamorarme o de casarme llegaba a mi mente. Yo pensaba en ella sólo como prima. Quizá había disciplinado tanto mi mente respecto al matrimonio que automáticamente evitaba tales pensamientos. Sin embargo, definitivamente quería ver más dentro de ella.

Ella llegó a una segunda cita

Luego de la conversación del almuerzo, la cual debió haber tardado por lo menos hora y media, fuimos al cine. No recuerdo nada de la película –sólo recuerdo haber sostenido una suave y cálida mano.

Yo siempre me quedaba en el hotel Brown en aquellos días –un hotel residencial al borde del distrito empresarial. Luego de la película, caminamos al vestíbulo del hotel. Corrí a mi habitación, tomé un paquete de fotos familiares que llevaba en mi maleta, regresé al vestíbulo y se las mostré.  
Recuerdo que entre las fotos estaba una “Carta de Primos” que había comenzado. Desde que puedo recordar, la generación de mi padre había mantenido una carta familiar en circulación. Daba la vuelta quizá cada nueve meses –de costa a costa. Algunos de la familia Armstrong vivían en New Jersey, y en ubicaciones de la costa Atlántica. Algunos otros vivían en Ohio e Indiana, y otros en Iowa, Colorado y otras ciudades de California.

Cada vez que la carta daba la vuelta, mi padre removía su carta que ya había dado la vuelta, escribía una nueva y la enviaba. Yo había organizado una “Carta de primos” en nuestra joven generación. Dio dos vueltas y aparentemente murió por muerte natural. Sin embargo, este gran paquete de cartas había terminado su primera vuelta, y recuerdo habérselas mostrado a esta nueva prima. Ella, repito, era prima en tercer grado por parte de mi madre. Esta rueda de cartas familiares solamente incluía a los primos Armstrong.

Luego la llevé a tomar el tren vespertino para regresar a casa. Ya he mencionado mi “sistema” de análisis femenino para la primera cita. Loma había sido debidamente analizada. Ella pasó su examen con una calificación perfecta. Se ganó una segunda cita.

De hecho, mientras más lo pensaba, ella merecía esta segunda cita sin demora. Yo vivía en Chicago. Si había de tener otra cita con esta atractiva joven, había decidido que fuera al día siguiente. De acuerdo con el plan, abordé el tren matutino, llamé a mi primo Bert para que me llegara a traer a Beech, y, para sorpresa de todos, allí estaba yo para “ver a mi tía” nuevamente. No recuerdo ahora cómo me las arreglé para que Loma llegara a casa de mi tía, pero sí recuerdo haber pasado una cantidad considerable de tiempo allí. Y ella recuerda una caminata por la carretera en la profunda nieve.

También recuerdo haber tomado nuevamente su mano –para disgusto de mi tío y mi tía. Luego que me fui, ellos comenzaron a hablarle en contra mía.

“Bien Loma,” le advirtieron, “mejor si dejas en paz a Herbert. Él lee esas revistas escritas por el horrible Elbert Hubbard, y probablemente sea ateo. Él quizás ya no va a la iglesia.”

Sin embargo, yo le pedí a Loma que me escribiera y ella me dijo que lo haría. Así que ahora las “citas” continuaron por correo. He de haber pensado mucho en ella porque le escribía casi a diario, y recibía varias cartas de respuesta a la semana.

Año y medio antes, había sentido que el territorio de Iowa estaba “muerto” para el nuevo negocio del Northwestern Banker. Había más negocios en Chicago. Pero ahora, repentinamente, Iowa me parecía un territorio muy deseable nuevamente, y requeriría de mis visitas más frecuentemente.

El siguiente viaje a Iowa parece haber sido allá por febrero. En un viaje posterior a Iowa –en mayo o junio— tuvimos una cita doble en Des Moines con la mejor amiga de Loma y su prometido. En un parque de diversiones nos subimos a una montaña rusa –primera y última vez para Loma. Ella estaba tan asustada que inconscientemente me dio un apretón firme, y casi mortal, en mis pantalones –justo encima de la rodilla— a medida que nos detuvimos. Esto fue para su vergüenza y para la alegría de su amiga y el prometido. Ella era demasiado modesta y esto fue terriblemente mortificante.  
Pero me estoy adelantando en la historia. A medida que continuábamos conociéndonos por correspondencia, intercambiamos ideas sobre muchos temas. Yo quería saber qué le interesaba –qué creía— qué ideas tenía. Ella parecía tener altos ideales y descubrí que estaba seriamente involucrada en la verdad religiosa –mucho más que yo. Yo no tenía interés en la religión.

Los negocios parecían requerir mi presencia en Iowa para Abril, y luego en Mayo.

“Caí”

En nuestra correspondencia habíamos intercambiado ideas e ideales acerca de temas como “los besos”. Por supuesto que yo jamás había hecho ningún avance hacia ella en esa dirección –a excepción de tomarle la mano unas cuantas veces. Sus cartas decían que ella no creía en los “besuqueos”. Yo no habría sido un joven normal si no me hubiera determinado a probarla en eso.

Fue hasta el siete u ocho de mayo cuando nos vemos otra vez en Des Moines. Durante la tarde fuimos a uno de los parques en que pueden cortarse flores. Mientras estabamos sentados, o recostados en el piso sobre nuestros codos, surgió la oportunidad para rodear sus hombros con mi brazo, y luego de plantarle un sano beso en los labios. Ella no se resistió. Al sentarnos nuevamente, sonreí y le pregunté:

“Ahora ¿estas enojada conmigo?”

“Mm-hmm” sonrió ella

Ahora no sabía qué pensar, luego que ella había expresado su desaprobación para estas cosas en sus cartas. Pero este no fue solamente un beso frívolo para ella, como había de enterarme pronto.

Regresamos al apartamento de mi tío Frank Armstrong y su familia. Yo tomaría un tren de medianoche hacia Sioux y ella permanecería en la casa de mi tío esa noche. Cuando llegó el momento de partir hacia mi tren, Loma llegó al corredor del edificio y me dio las buenas noches. Repentina e impulsivamente, ella colocó sus brazos alrededor de mi cuello y me plantó un buen beso en los labios.

“Esto,” pensé rápidamente “es serio”

Partí deslumbrado. No pude dormir esa noche. Nada me había golpeado como esto antes. Eso no había sido un beso ordinario. Yo sabía que esto era, como se dice hoy, EN SERIO. El beso vino impulsivo, directo del corazón. Ella me había besado porque lo sentía realmente. Esto produjo un levantamiento emocional dentro de mí –una experiencia totalmente nueva. A través de este deslumbramiento, comencé a comprender que esto era AMOR.

Me apresuro a agregar, sin embargo, que esta emoción que experimenté fue producida por las circunstancias que me llevaron a ella. Nadie debe suponer que el verdadero enamoramiento golpea con el tipo de azote emocional que yo experimenté.

Luego, en Sioux, a la mañana siguiente, lo primero que hice fue llamar a un doctor que conocía. Le pregunté si había alguna razón por la que primos en tercer grado no pudieran casarse. Él solamente se rió. “Ninguna en absoluto” dijo. “Los primos en tercer grado no son primos después de todo, al menos en lo que a matrimonio respecta.”

Al regresar a Des Moines, unos días después, fui a Motor. Fue la noche del 13 de mayo. Caminamos por la carretera, atravesamos la iglesia cuáquera y el cementerio. Le dije a Loma que ahora sabía que estaba enamorado de ella.

La tragedia amenaza

Esto pareció asustarla. Ella, aparentemente, no había pensado en ello de esta forma antes; pero ahora, repentinamente, empezó a hacerse patente en ella que si nos casábamos eso significaría vivir en Chicago –en un entorno más cultural y sofisticado de lo que ella conocía. Al menos eso supuso ella y esta repentina idea la asustaba. Ella tartamudeó para decir que no estaba segura.

Esa afirmación me cayó como una tonelada de ladrillos.  
En mi confiado orgullo, yo jamás había dudado que si me enamoraba –o mejor dicho, que cuando me enamorara— el amor sería mutuo. Y ahora, repentinamente, vine a comprender que podía ser enfrentado a una tragedia. Sin embargo, yo sabía la respuesta correcta. Yo espero que muchos jóvenes, quienes se están “enamorando” de alguien que no les corresponde, puedan conocer esta respuesta correcta. La mayoría de personas comenzarían a suplicarle a la chica que se case con ellos, de cualquier forma. Y esta definitivamente no es la respuesta correcta.

“En ese caso, Loma” le dije con lamento, sobriedad y firmeza “no quiero volver a verte –es decir, no hasta que sepas que tú también estás enamorada. A mí definitivamente no me gustaría pedirte que te cases conmigo si no me amas. Esto solamente arruinaría nuestras vidas –y te amo demasiado como para arruinarte la vida.”

Caminamos de regreso a su casa, la cual estaba en el segundo piso –sobre la tienda. Nos sentamos por un momento en las gradas de esa tienda.

Era momentáneamente difícil entender, en ese punto, por qué me había besado como lo había hecho aquella noche –afuera del apartamento de mi tío. ¿Estaba yo recibiendo simplemente la retribución justa por hacer que la primera chica a la que “besaba” se enamorara, cuando yo no la amaba? Decidí pedirle una explicación a Loma.

Ella me explicó, entonces, cómo la repentina idea del matrimonio la había asustado. Ella y yo habíamos vivido en dos mundos diferentes. Yo había nacido y había sido criado en la ciudad. Yo había viajado mucho. Yo conocía muchas cosas y muchos lugares. Yo era parte del mundo y vivía en una de las ciudades más grandes. Por otra parte, ella era una chica rural. ¿Cómo podría ser capaz ella de actuar y de vivir con la sofisticación de una ciudad como Chicago?

“Loma” le dije seriamente, “tú eres un verdadero diamante. Quizá no has tenido el acabado exterior que aplican las escuelas orientales. La mayoría de las chicas que salen de estas escuelas tienen el acabado externo, pero no tienen cualidades de fondo. Es básicamente apariencia. No es real. Pero tú eres REAL, Loma, y tu tienes la CUALIDAD del buen carácter. Yo puedo encargarme de darte ese acabado que necesitarás. Yo no quiero –y jamás podría amar— a un montón de sofisticación vacía. Tú tienes las verdaderas cualidades de una buena esposa y de una buena madre para mis hijos.

Eres TÚ a la que amo, y sé que no podría amar a nadie más. No te preocupes por la falta de entrenamiento social o de sofisticación. Eso se puede conseguir por menos de diez centavos. Es basura. Yo no lo quiero. Todo lo que yo quiero es que TÚ decidas si me amas tanto como yo te amo a ti.”

Luego, mientras me levantaba, dije finalmente “Sólo una cosa quiero que me prometas. Tan pronto como estés SEGURA, en tu propia mente, si me amas o no, quiero que me envíes un telegrama con una sola palabra –SÍ o NO— y yo entenderé”.

Ella me lo prometió. Yo me retiré y me dirigí a la casa de mi tía –la cual quedaba como a una milla. No hubo beso de buenas noches.