Autobiografía de
Herbert W. Armstrong

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Capítulo 5


PIONERO EN LAS ENCUESTAS DE OPINIÓN PÚBLICA

APARENTEMENTE el viaje como “captador de ideas” –de Des Moines a Atlanta y de regreso— terminó en abril de 1914. Fue entonces cuando vino la asignación como compositor para el “Merchants Trade Journal –lo cual ya relaté en el capítulo anterior. Esta asignación, con un escritorio en el salón de compositores de la planta Successful Farming, mezclada con la redacción de anuncios para clientes del departamento de servicios del “Journal”, duró seis o siete meses.

Convertirme en mecanógrafo en dos semanas.

A principios de noviembre en 1914 fui asignado al siguiente y último viaje como “captador de ideas”. Esta vez había de llegar a Grand Island, Nebraska; luego ir al sur hacia Huston, Texas; luego al este a Birmingham, Alamaba; luego al norte a Detroit; y finalmente de regreso a Des Moines.

Un poco antes, ese mismo año, fue puesta en el mercado la primera máquina de escribir portátil. Fue solamente seis meses después del lanzamiento de esta primera Corona portátil que el Sr. Boreman me presentó una.

“Herbert,” me dijo “he aquí una de las nuevas máquinas de escribir portátiles. Queremos todo el material de las ideas escrito a máquina de ahora en adelante”.

“Pero,” protesté “yo jamás he aprendido a usar una de estas. Me tomaría una semana el teclear un solo informe en esta cosa”.  
“Bien, ese es tu problema” dijo el Sr. Boreman. “La única manera de lograr las cosas es empujarte a ti mismo. La mayoría de nosotros no comenzamos a hacer las cosas hasta que la necesidad llega. Entonces pienso que la necesidad te forza a ti a aprender a teclear –y rápido, porque te estamos pidiendo todas tus notas, tu información y tus reportes a máquina. Además, esperamos que los reportes lleguen aquí a tiempo.”

Qué tarea. Pero el empujón comenzó. Apresuradamente busqué un libro de instrucción respecto a la mecanografía, pero me di cuenta que no tenía suficiente tiempo como para aprender a mecanografiar con los ocho dedos como lo indicaba el libro. Dejé el libro y comencé a autoenseñarme a mi manera –usando los primeros dos dedos de cada mano y ocasionalmente el pulgar para la barra espaciadora.

Continué hacia Atlantic y Council Bluffs, Iowa; luego a Omaha, Fremont, Columbus y Grand Island, Nebraska. En Columbus, en el hotel Evans, corrí hacia un hombre que tenía un gran parecido con Elbert Hubbard. Incluso usaba su cabello un poco largo, con la corbata de artista y el sombrero de borde ancho. Él se sintió muy complacido cuando le dije que él era el doble de Hubbard, y que yo había conocido a ese famoso y que había visitado la posada Roycroft. Olvidé su nombre pero me parece que era un senador de estado.

La búsqueda de ideas prácticas e interesantes usadas con éxito por los comerciantes fue inusualmente productiva en este viaje. El material para los artículos del “Journal” se estaba acumulando mucho más rápido de lo que yo podía mecanografiar con mi sistema de “buscar y picar”. Trabajaba hasta altas horas de la noche para buscar las letras en el teclado y luego las presionaba. Incluso colocaba mi máquina en mi regazo cuando iba en el tren y picoteaba furiosamente mientras viajaba al siguiente pueblo. Con todo, las notas se estaban apilando constantemente.

De Grand Island fui al sudeste hacia Hastings, St. Joseph y llegué a Kansas la noche del sábado. Para entonces mi condición era desesperada. Sabía que mis reportes debían estar en la oficina del “Journal” el lunes por la mañana. Fui al antiguo hotel Baltimore –hotel líder de Kansas en ese tiempo, luego me senté a buscar y a picotear teclas en mi pequeña Corona durante toda la noche. Salí dos o tres veces a un restaurante cercano para comprar café. Me mantuve así hasta la tarde del domingo y finalmente llevé mis reportes a la oficina de correos.

El propio lunes en la mañana continuó el viaje hacia Lawrence, Topeka, Hutchinson, Wichita y Arkansas en Kansas; luego por Oklahoma, Blackwell y luego Enid. Un tío, el hermano mayor de mi mamá, era agente de boletos en Goltry, Oklahoma –a unas veinte millas de Enid— y por tanto pude tomar un tren vespertino hacia Goltry y alcanzar un tren matutino de regreso. Esto me permitió pasar la noche con familiares que no había visto en años.

Indios.

Luego estaba El Reno. Y allí, por primera vez en mi vida, vi indios reales. En las tiendas y en los almacenes, cuando las robustas mujeres indias se cansaban, simplemente se encuclillaban en el piso –en el centro de un pasillo— y permanecían allí hasta que se repusieran. Los otros compradores se veían obligados a pasar apretados –si era posible— o si no, debían ir por otro pasillo. Y luego, en la calle principal, vi pasar un destello rojo que salía de una nube de polvo.

“¿Qué rayos es eso?” pregunté asombrado.

“Ah”, dijo un hombre local “ese es un joven indio que recién acaba de regresar de la universidad Carlisle. Recientemente heredó una suma de dinero del gobierno y lo gastó todo en el más caro auto de carreras que pudo conseguir. Desde que regresó de la universidad, se ha revertido a un estado casi salvaje y maneja imprudentemente su carro por toda la calle principal”.

Nuevamente en una noche de sábado llegué a Oklahoma con un cuaderno lleno de ideas. Una vez más pasé la noche junto a mi máquina portátil. Sin embargo, para este momento, mis cuatro dedos ya parecían encontrar las teclas casi automáticamente, y de allí en adelante pude mantenerme al día con los reportes escritos a máquina. Antes que terminara este viaje de tres meses, ya escribía en mi máquina con una velocidad superior a la de muchos taquígrafos.

Y ahora que lo pienso, en este mismo instante aún estoy escribiendo estas líneas con los mismos cuatro dedos. La única diferencia es que ahora tengo el privilegio de presionar las teclas de una máquina eléctrica.

Sin embargo, la presente empresa mundial, en su fase actual, comenzó en 1927 –al teclear los artículos en una de aquellas antiguas máquinas portátiles marca Corona. No pudo haber tenido un inicio más humilde, pero hemos de llegar a esa fase de la historia a su debido tiempo.

Al dejar Oklahoma el lunes, seguía Chickasha –otra reserva india— y luego Ardmore. Luego estaba Gainesville, Ft. Worth y Dallas, Texas. Pasé el día de acción de gracias en el hotel Adolphus en Dallas.

En aquellos días, el Adolphus de Dallas tenía la apariencia arquitectónica de ser el hermano pequeño del hotel Blackstone en Chicago –ya en la actualidad se le han hecho adiciones y por tanto es mucho más grande hoy. En aquellos días, el hotel más exclusivo de los Estados Unidos –con la posible excepción del Waldorf-Astoria en Nueva York, era el hotel Blackstone de Chicago. Se decía comúnmente que a los huéspedes no les era permitido ingresar al comedor principal en la tarde, a menos que fueran apropiadamente vestidos; además, se dice que a la diva Mary Garden, quien venía de una presentación vespertina en el teatro del Blackstone, no le fue permitida la entrada porque no estaba con atuendo formal.

También, en aquellos días, el Adolphus mantenía la atmósfera del Blackstone –tanto como lo permitiera una ciudad de no más de 100,000 habitantes, como lo era Dallas en ese tiempo. El comedor principal era muy adornado y estaba atendido por un mayordomo y dos o tres jefes del comedor –además de los meseros y los ayudantes.

En esa ocasión, casi todas las personas estaban en casa para la cena de acción de gracias, así que el comedor del hotel estaba prácticamente vacío. El mayordomo me acompañó hasta una mesa y se pasó el resto del tiempo platicando conmigo.

“Estoy muy lejos de casa para el día de acción de gracias” le dije “y tengo una razonablemente generosa cuenta para gastos. Desearía que usted ordenara mi cena por mí. Esta es una ocasión en la que no voy a ver precios. Adelante, dé las órdenes necesarias. Ordene la cena más fina que pueda servir”.

Él lo hizo y jamás he olvidado esa cena de acción de gracias a mil millas lejos de casa. En estos días del jet, esa distancia no parece muy grande; sin embargo en ese entonces sí lo era.

Una extraña nueva “gaseosa”

El domingo lo pasé en Waxahachie. Directamente frente al hotel estaba la farmacia más grande que puede encontrarse en un pueblo de 5,000 habitantes. (Waxahachie se registra en el Atlas de 1965 con una población de más de 12,000 habitantes. Sin embargo en 1914 eran aproximadamente cerca de 5,000). Como lo recuerdo, Waxahachie también tenía el mayor centro desmotador de algodón en Estados Unidos. Sin embargo, esta farmacia me interesaba.

Ese domingo, por la tarde, fui a la fuente de soda de esa farmacia y ordené una “coca”. Luego que el dependiente hubo vertido entre el vaso el jarabe de coca cola y el agua gaseosa, tomó una cuchara, pasó uno de sus bordes por un plato que contenía unas pocas gotas de un líquido parecido a la leche. Acto seguido sacudió la cuchara y con ésta revolvió lo que había en el vaso.

“¿Qué tipo de nuevo ‘refresco' es este?” pregunté. “¿Qué fue eso que tomó con la cuchara y luego regresó al plato?”

“Leche” me contestó.

“¿Cómo? ¿Cuál es la idea? Usted le quitó toda la leche a la cuchara. Usted no le agregó suficiente a la ‘coca' –ni siquiera para que se notara. ¿Qué se supone que hace eso?” realmente estaba confundido.
“Bien” sonrió el dependiente “es la única forma en que podemos servirla legalmente”.
Con esta respuesta yo estaba más confundido que antes.

“Verá” me explicó “es ilegal servir coca cola los Domingos –pero es perfectamente legal servir comida. La leche es comida. Esa pequeña porción de leche que le agregué, la convierte en comida”.

Yo había escuchado ACERCA DE muchas de las ridículas “leyes” de Domingo, pero esta verdaderamente se ganaba el premio. Sin embargo Texas, o la municipalidad de Waxahachie, se han de haber “hartado” de ello y abolieron la ley desde entonces.

Vi al general Funston

Continué con mi búsqueda de ideas interesantes usadas en las tiendas de Waco, Temple, Austin, Houston y Galveston, Texas. Fue un verdadero evento el darle el primer vistazo a un océano de Galveston –golfo de México. Fui a nadar a la playa, así que podía decir que había estado en el océano.

También quedé muy impresionado con el hotel Galvez. El general Funston –jefe del general Pershing en ese tiempo— estaba allí y subimos por el mismo ascensor. Él era algo bajo de estatura, pero usaba una pequeña barba de perilla y se conducía con un digno porte militar. Sin embargo, su digno porte militar estaba un poco ausente esa noche, y estaban ayudando al general a subir por el elevador desde el bar hasta su suite.

De Galveston fui a Beaumont y al lago Charles en Louisiana.

La carta crucial.

Mientras estaba en el lago Charles, recibí una carta del Sr. Boreman. Era muy crítica. Para esta época, él había tomado gran parte, si no es que todo el trabajo editorial del Sr. Vardemann. La carta del Sr. Boreman me lanzó a la consternación.

Él no estaba complacido con mi trabajo. Tendría que pisar el acelerador –“ponerme las pilas”— y producir más y mejor material. Realmente estaba asustado. Tenía el presentimiento que sería despedido y esa sería una desgracia que no sentía poder soportar. Sin embargo, el Sr. Boreman no me estaba pidiendo que tomara el primer tren que pudiera para regresar a casa. Aparentemente me iba a permitir terminar al menos este viaje.

No obstante, a partir de ese momento –y durante mi regreso a Des Moines— medité mucho respecto a la idea de “tener la soga atada al cuello”. El presentimiento ya se había establecido en mí. Y efectivamente “me puse las pilas” a partir de ese momento. Temía ser llamado repentinamente para ser despedido.

Más adelante –un poco más tarde— supe que el Sr. Boreman no tenía la menor intención de despedirme. Aparentemente yo había caído en una depresión temporal y él me escribió una carta fuerte en un esfuerzo por ayudarme a despertar. Sin embargo, durante el resto del viaje mantuve el temor de ser despedido. Con todo, seguí trabajando con creciente dedicación.

Del lago Charles seguí a Lafayette y Baton Rouge; luego hacia Nueva Orleans, Louisiana. Recuerdo haber tomado la historia de cómo un agresivo comerciante de mercancías generales había vencido la gran competencia que tenía en la ciudad de Nueva Orleans y de cómo había manejado su comercio desde su casa. Esta fue mi segunda visita a Nueva Orleans.

¿Muy presumido? Sí ! – Pero

Quizás yo era demasiado orgulloso en esos días. Bueno, en realidad no hay “quizás” que valga. YO ERA MUY PRESUMIDO. Más adelante fui forzado a sufrir por años a fin de aplastar este orgullo y esta presunción –antes de poder siquiera pensar en estar plenamente preparado para las responsabilidades de hoy.

Pero yo era joven en ese entonces. Y frecuentemente me he preguntado si no es mejor que un joven muchacho sea presumido, orgulloso –y con ello, ambicioso y enérgico al tratar de lograr algo—; antes que sea inactivo, haragán y sin ambiciones –carente de chispa, de impulso y de celo por lograr algo que valga la pena.

Por supuesto que estos ambiciosos muchachos pueden no tener las metas correctas –pueden no conocer el PROPÓSITO real de la vida, o el verdadero camino de vida— y pueden estar presionando solamente hacia alcanzar más vanidad o estar “persiguiendo al viento” como lo explica Salomón. Pero al menos están mentalmente VIVOS –y no muertos. Una vez que las circunstancias los sacudan y los hagan despertar –y que los humillen para que puedan abrir sus mentes a los verdaderos valores— ellos ya tendrán el hábito de ejercitar la energía, y con esa energía bien encausada podrán REALMENTE lograr algo.

Por lo menos UN lector de esta autobiografía –y por lo que sé, solamente uno— ha escrito negativamente respecto a esta, y me ha condenado por ser vano y presumido en estos primeros años formativos. Yo he afirmado estos hechos acerca de mi abundante confianza en mí mismo –y verdaderamente le he puesto énfasis.

Ésta, entonces, es una de las cosas que tuve que cambiar. Ésta es una franca y verdadera historia de mi vida, por tanto, estoy contando lo malo junto con lo bueno que pudo haber habido. Ahora bien, si hubo ego y orgullo, también hubo ambición, determinación, fuego, impulso y esfuerzo honesto hacia lo que me parecía la meta correcta.

Cuando esa Mano Invisible –la cual mencioné en la introducción— me tomó, me sacudió, me arrebató todo el éxito financiero que parecía tener, y aplastó mi presunción junto con mi crecido ego, entonces se me abrieron los ojos a lo que no había visto antes. Mi meta cambió. Mi seguridad en mí mismo fue cambiada por la fe; y el deseo que tenía, ahora flameaba en otra dirección. El impulso sincero y la energía, ahora eran aplicados con celo hacia una nueva y mejor meta.  
Y si la FE, la CONFIANZA y la SEGURIDAD positiva en lo que DIOS ha establecido hacer a través de los pobres instrumentos humanos, ha sido mal interpretada por los críticos como “presunción”, entonces no ofrezco ninguna disculpa –porque la dinámica y creciente obra del Dios viviente no puede detenerse solamente para complacer a los antojos de los críticos, quienes se paran a los lados y no hacen nada más que protestar y criticar. Mi celo y mi dinámico impulso hacia una meta incorrecta no excedieron a los de Saulo de Tarso. Y aún en él, cuando sus ojos fueron abiertos, ¡vea qué poder fue desarrollado!

Jesús fue perfecto en todo sentido, y a pesar de serlo, Él tuvo Sus críticos –quienes siempre pensaban que Él estaba haciendo las cosas del modo incorrecto. Sin embargo, al igual que los críticos de Su obra actual, ellos no hacían las cosas mejor –ellos simplemente no hacían nada y ¡PUNTO! Ellos se sentaban al margen y observaban la procesión que era impulsada por el Espíritu de Dios hacia la meta de lograr el PROPÓSITO de Dios aquí en la tierra.

Entonces he juzgado apropiado que la verdad acerca de mi presunción durante esos años formativos sea mencionada. Y permítanme enfatizar, no fue ENGAÑO. ¡Fue honesta y sincera!

Desafiado a hacer un estudio

El viaje como “captador de ideas” continuó hacia Hattiesburg y Meridian, Mississippi; luego Selma, Montgomery y Birmingham, Alabama. No recuerdo la ruta que tomé de Birmingham hacia el norte, pero me parece que la siguiente parada fue en Decatur, Alabama. Pienso que paré en Columbus y Nashville, Tennessee; y luego en Bowling Green, Louisville y Lexington, Kentucky.

En cualquier caso, el siguiente punto fue Richmond, Kentucky. Aparentemente tuve que regresar alguna distancia para llegar allí. Había escuchado de los viajeros que Richmond era el pueblo “más muerto” de todo Estados Unidos y pensé que podría haber una buena historia al encontrar la razón de esto.

Recuerdo haber entrado en una discusión con un comerciante de mobiliario en Richmond. Pensándolo bien, fue una acalorada disputa. Instantáneamente me formé la impresión de que Richmond, en ese entonces, era el pueblo más atrasado e inanimado que había visitado. Tenía 5,000 habitantes.

Espero que la bomba que exploté ante los comerciantes del pueblo, haya tenido algo que ver con su despertar –porque el pueblo aparentemente revivió, y en el último censo noté que tiene una población de más de 12,000 habitantes.

De cualquier forma, luego de entrevistar a muchos comerciantes, yo estaba tan disgustado por la falta de civismo y de desarrollo, y por la inercia de estos, que tuve que expresarle mi decepción a un comerciante de mobiliario. Él discutió acaloradamente que Richmond era un pueblo muy vivo.

“¿Así lo cree?” le dije. “¿Se da usted cuenta que más de la mitad del comercio de los clientes en su pueblo y en el territorio comercial cercano, va a dar a las casas de ventas por correo y a las tiendas de Cincinnati y Lexington?”

“Bien, no perdemos ningún comercio con la competencia externa” respondió gritando.  
Yo le grité de vuelta: “Eso muestra cuán adormecidos están. Ustedes no saben lo qué está sucediendo justo bajo sus narices, aquí en su propio pueblo. Le diré lo que haré. Voy a mostrarle que un forastero puede venir a su pueblo y aprender aquí, en tres días, más de los HECHOS REALES del comercio, que lo que ustedes han aprendido en toda su vida.”

Yo estaba enfadado. Estaba determinado a mostrarle a este adormecido tendero –a quien sentí indigno de ser llamado “comerciante”— cuán ignorante era de las condiciones –cuanto desconocía el adormecimiento de los comerciantes de su pueblo.

El motor se había encendido. Se suponía que solamente debía pasar un día en Richmond. Sabía que tenía que trabajar rápido. Tenía que rendir cuentas de mi tiempo en la oficina. Pero este no era el trabajo de rutina de un “captador de ideas”, yo estaba haciendo esto por mi cuenta, así que debía darme prisa. Estaba determinado a conseguir los hechos.

No tenía un patrón que seguir. En mi conocimiento no había datos acerca de la realización de estudios –no sabía como tomar muestras de la opinión pública, ni cómo investigar a partir de una porción representativa de personas de acuerdo con la ley de porcentajes. Tuve que pensar en mi propia forma. Pero estaba tan enojado que pensé mucho y muy rápido –planifiqué a gran velocidad.

El estudio pionero

Muy temprano, cada una de las tres mañanas, fui a la estación de carga y a la oficina de transportes. Conocía bien los métodos de envío de la casa de ventas por correo de Chicago. Las etiquetas no contenían los nombres de las casas, solamente las direcciones. Sin embargo yo conocía bien la Avenida Homan y Sears Roebuck; y la dirección de Montgomery Ward. Además, conocía las casas de ventas por correo más pequeñas. Rápidamente anoté los nombres y las direcciones de los ciudadanos locales que recibían mercadería de las casas de ventas por correo de Chicago y listé la descripción de la mercancía.

Tan pronto como abrieron los bancos el primer día, Fui con los banqueros y les conté del estudio que estaba realizando. A la vez, les pedí su cooperación para poder revisar sus talonarios y para que me dieran la cantidad de giros bancarios que habían sido comprados a través de casas de ventas por correo en los últimos 30 días. Además, les pedí que revisaran los vales cancelados de los clientes y que sumaran el total de los cheques que habían sido enviados por los depositantes locales hacia las tiendas de Lexington y Cincinati. Todos accedieron a cooperar.

Luego fui con el administrador de correos. Le pedí si podía cooperar conmigo y permitirme conocer las condiciones de los comerciantes –esto a través de revisar los talonarios correspondientes a los 30 días previos, a fin de ver los giros postales comprados para grandes tiendas en la ciudad. Había una regulación postal que le permitía al administrador usar su propio juicio a fin de decidir si dar o no esta información. Este administrador estaba dispuesto a cooperar.

Luego, mientras clasificaban esta información, le dediqué tres días a las entrevistas de casa en casa y de granja en granja. Para este propósito renté un carruaje de caballos, porque había muy pocos automóviles en 1915 –especialmente en pueblos tan pequeños. Entonces conduje el carruaje por diez millas, en dos o tres direcciones.

Encontré que los granjeros al oeste del pueblo, estaban tan indignados con los comerciantes de Richmond, que estaban planificando boicotear estas tiendas. Las amas de casa en el pueblo estaban ansiosas por hablarle a un investigador. Ellas vertían vehementemente sus denuncias contra los comerciantes locales.

Las mujeres decían en general que estaban forzadas a ir, ya fuera a Cincinnati o a Lexington, para comprar ropa. Las tiendas de estos dos lugares enviaban a sus expertos a Nueva York cada temporada, para que consiguieran los últimos y mejores modelos. Sin embargo, los modelos que tenían en Richmond estaban completamente fuera de temporada y eran de mala calidad.

La calle principal no estaba pavimentada y muy frecuentemente, los compradores eran forzados a caminar entre lodo –el cual les llegaba hasta el tobillo— para cruzar una intersección.

Los comerciantes y sus empleados estaban soñolientos, displicentes, aburridos y parecían sentirse obligados a esperar a un cliente. Si alguna mercadería era insatisfactoria y el cliente trataba de regresarla, el cliente siempre estaría equivocado y el comerciante tendría la razón.

Me dirigí al agente de boletos del depósito. “Estos seudo comerciantes” dijo el agente “no tienen ni idea de todo lo que sucede. A fin de ir a Lexington –o a Cincinnati— las mujeres compradoras deben tomar el tren matutino que parte a las 5 a.m. Los compradores que van a Lexinton deben cambiar de tren en Winchester. Y ya sea que vayan a Lexington o a Cincinnati, deben tener un día completo para comprar. Además, el tren que los traerá de regreso no llega sino hasta que las tiendas cierren por la tarde. Entonces los comerciantes locales jamás están despiertos lo suficientemente temprano para verlas partir, ni lo suficientemente tarde para verlas regresar. Nosotros al menos tenemos un tren cargado cada día de compras.”

Mi primer discurso público

Luego de trabajar arduamente, durante el día, en este rápido estudio, lo mecanografiaba rápidamente por las tardes y escribía reportes de cada entrevista. Al tercer día, recogí toda la información de los bancos, de la oficina postal y de la oficina de transportes. Clasifiqué cuidadosamente toda la información, reduje las ecuaciones –por la ley de los porcentajes— para indicar el cuadro completo de las condiciones del pueblo, y finalmente los resultados fueron ASOMBROSOS.

Entre todos estos soñolientos tenderos, encontré a un comerciante vivo y alerta –el droguero local. Por consiguiente, yo lo había mantenido informado de todo lo que estaba descubriendo en Richmond. Él se involucró intensamente y me instó a quedarme un día más en Richmond para que él pudiera arreglar una cena con todos los comerciantes a fin que éstos escucharan mi reporte.

Yo no sentía que pudiera permanecer un día más en Richmond. Yo ya llevaba tres días de atraso según el calendario. En ese momento no comprendí que ese estudio podría ser de valor como material editorial en la revista. El temor que tenía de ser despedido a mi regreso a Des Moines me había estado persiguiendo. De hecho, escribí este reporte completo acerca del estudio, con el expreso propósito de justificar mis tres días de ‘pérdida de tiempo' –y en realidad sentía que sería reprobado por ello. Es más, ahora estaba más seguro que antes, ¡de que sería despedido!

Sin embargo el droguero fue muy persistente. “Sr. Armstrong,” me dijo “usted simplemente no tiene ningún derecho de venir a nuestro pueblo, desenterrar todos esos hechos sensacionales y luego irse sin compartir esta información con los comerciantes locales. Vea, esto es lo que todos hemos necesitado desde hace años. Sí, AÑOS. ¡Esto levantará al pueblo!”  
Cuando él lo planteó como una TAREA moral y una obligación, no pude negarme. Pienso que he de haber tenido cierto tipo de ilusión acerca de sacrificar mi trabajo a fin de cumplir esta obligación. Sin embargo, esto me dio mi cuarto día para completar la transcripción de mi reporte acerca del estudio y de mis recomendaciones finales. Entonces, durante esta cuarta tarde, llegó la cena que había arreglado el droguero. No sé cómo se las arregló para que todos esos comerciantes asistieran, sin embargo, parecía que todos estaban presentes.

Este fue probablemente el primer discurso público que di en mi vida. Sin embargo, yo estaba tan lleno de hechos sensacionales que olvidé la vergüenza. Recuerdo haberles recomendado que, como ninguno de ellos tenía un negocio suficientemente grande como para pagar una compradora experta que pudiera ir a Nueva York, entonces todos debían unirse y cooperar. Les dije que emplearan a una compradora entre todos y que luego –cuando ella regresara de Nueva York— la invitaran a dar conferencias en sus tiendas para que asesorara a las mujeres respecto a los modelos para la siguiente temporada.

Posiblemente algunas de mis sugerencias, basadas en mi estudio, tuvieron algo que ver con el hecho que hoy Richmond sea un pueblo creciente, el cual es el doble de grande que en aquel entonces.

Mi primer artículo de revista

Fue hasta unas semanas después que recibí la sorpresa de mi vida. Recibí por correo una copia de la más reciente edición del “Journal”. Yo no había escuchado nada del Sr. Boreman –o de alguien más en la oficina— respecto al largo reporte que había enviado basado en mi estudio. Al menos las noticias que había escuchado no habían sido buenas. Aún no me habían despedido por ello.

Pero ahora, unas semanas después, abrí la más reciente copia del “Journal”; y allí, en los titulares grandes –como artículo principal— me enteré del artículo más sensacional que el “Journal” haya publicado jamás. Lo colocaron EN GRANDE, y por primera vez bajo mi pie de autor.  
La nota que lo acompañaba, explicaba que estaban publicando este asombroso reporte ‘literalmente' –justo como lo había escrito su “captador de ideas”.

También me parece ahora que en esa misma edición, había otro artículo más pequeño con mi pie de autor. Durante las semanas previas había comenzado a escribir mi material en forma de artículo. Sin embargo, antes, los editores habían tenido que re escribir mi material. Hasta ahora habían comenzado a aparecer mis artículos