¿Cuál es el DÍA de
REPOSO CRISTIANO?

Capítulo Tercero

Fue Dios, no Moisés, quien dio la Ley

En el tercer mes (del nuevo calendario sagrado dado por Dios a los israelitas en Egipto), llegó al monte Sinaí la gran multitud de israelitas. Recordemos que eran alrededor de dos o tres millones. Había 600.000 hombres mayores de 20 años, sin contar las mujeres y los niños (Éxodo 12.37).

Enorme multitud en asamblea

Aquella enorme muchedumbre acampó allí "delante del monte", levantó carpas, formando un gran campamento (Éxodo 19.2). - Y ello, desde luego, les tomó algún tiempo, aunque estaban muy bien organizados.
Entonces (versículo 3) Moisés subió al monte para reunirse con Dios y allí el Eterno le hizo una proposición para que la planteara a todo el pueblo. Esta proposición o acuerdo es lo que llamamos Antiguo Testamento o Antiguo Pacto (como debe llamarse correctamente), acuerdo por el cual se convertiría este pueblo en una nación, la nación de Dios en la Tierra.
La proposición establecía que Dios sería para este pueblo su único Rey y Soberano. Su gobierno habría de ser una teocracia. Las leyes no serían dictadas por un congreso o parlamento, sino por Dios. Él nombraría a algunos dirigentes destacados para ejecutar sus órdenes.
"Entonces vino Moisés, y llamó a los ancianos del pueblo, y expuso en presencia de ellos todas estas palabras que el Eterno le había mandado" (versículo 7). El pueblo aceptó unánimemente la proposición de Dios, pues tanto le interesaba recibir lo que Dios allí prometía ("vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos"; es decir, que serían la más grande, la más próspera y la más poderosa de las naciones de la Tierra), que no tomaron muy en serio la condición: "si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto" (versículo 5).
¿Y qué dictaría la voz de Dios para que el pueblo lo obedeciera? ¡Una gran ley que ya existía, lo mismo que las leyes de la gravedad y la inercia, de la física y la química! Sólo se trataba de una ley espiritual. La voz de Dios revelaría aquella ley viviente e inexorable en palabras específicas, como un código definido.

¿Una ley rigurosa?

¿Por qué esta ley? Ya es hora de que entendamos la respuesta correcta. Dios Todopoderoso no es sólo el Creador y Soberano de su vasta creación ilimite que es todo el universo, ¡sino que es también un Dios de amor!
Por amor, Dios creó al hombre a su imagen. Dios ama a los hombres. Y deseaba que los hombres creados por él fuesen felices, que tuvieran paz y que gozaran de una vida segura, interesante, sana y abundante. Para lograr tan feliz estado, puso en vigor leyes espirituales que constituyen el camino hacia al bienestar físico, mental y espiritual y que evitan la tristeza, el sufrimiento, la angustia, la inseguridad, el hastío, el vacío, la frustración, la violencia y la muerte. Estas leyes espirituales señalan el camino hacia una vida feliz, sana, vital, interesante y gozosa.
Dios es amor y sabe que el amor es conmovedor y bueno. Por ello ideó y puso en vigor una ley que es la esencia del amor, una ley que es cumplida, obedecida y ejecutada por amor.
¡Qué maravilloso y glorioso don para la humanidad! Sería de esperarse que la humanidad se regocijara en gran manera, y con profunda gratitud diera a Dios alabanzas sin fin. ¡Pero no lo hace! Por buena y gloriosa que sea esta ley, la naturaleza humana la repudia. Lo hacía entonces y lo hace ahora. La naturaleza humana es tendencia inherente en el hombre hacia la vanidad, el egoísmo, la codicia. Egoístamente desea tomar todo lo que le brinda el camino de Dios, pero en rebeldía, se resiste a seguir ese camino para alcanzar sus múltiples bendiciones.
El amor es tener interés por los demás. Significa dar, servir, compartir. La naturaleza humana sólo busca tomar, adquirir, obtener, recibir.
Todo lo bueno, las bendiciones y los beneficios vienen de Dios. Él es la fuente de todo el bien anhelado por la humanidad. En su proposición de ser Rey y Gobernante de Israel y de convertirla en la nación más próspera, más bendita y poderosa, ella obtendría la bendición suprema de la guía, la protección, y la ayuda del Dios omnisapiente, todopoderoso y de todo amor.
Esta gran congregación de gente miraba, desde luego, solamente la promesa de los beneficios que recibiría y accedió gustosa a los términos de la propuesta de Dios antes de escucharlos.
Entonces (versículo 8) Moisés subió de nuevo al monte para responderle a Dios.

¡El poder y la gloria!

Entonces Dios le dio instrucciones:
"Ve al pueblo, y santifícalos hoy y mañana… y estén preparados para el día tercero, porque al tercer día el Eterno descenderá a ojos de todo el pueblo sobre el monte de Sinaí" (versículo 10, 11).
Aquel gran día, por la mañana, hubo un despliegue formidable de truenos y relámpagos sobre el monte.
Imaginemos aquel enorme gentío - millones de personas - hasta donde la vista se pierde. Y luego, ¡aterradores relámpagos que cegaban, y estruendosos truenos que parecían hender el espacio y romper el tímpano! Y en medio de este formidable despliegue cegador y ensordecedor, Dios mismo, dispuesto a hacer tronar su gran ley para que la escuchara aquella enorme muchedumbre.
¡Con razón todos - el pueblo entero - se atemorizaron y pidieron a Moisés que se pusiera entre Dios y ellos!
En medio de esta enorme manifestación del poder y la gloria de Dios "Moisés sacó... al pueblo para recibir a Dios; y se detuvieron al pie del monte. Todo el monte Sinaí humeaba, porque el Eterno había descendido sobre él en fuego… y todo el monte se estremecía en gran manera" (versículos 17-18).
¡Qué escenario para el recibimiento de la ley de Dios!
¡No era una ocasión común y corriente! ¡Dios deseaba que la trascendental importancia de esta ley, de su manera perfecta de vivir, quedara grabada permanente e indeleblemente en su pueblo!
¡Piense en ello! Toda una nación - ¡millones de seres reunidos formando una multitudinaria, una histórica asamblea! ¡Dios mismo hablando en medio del fuego, los relámpagos y los truenos ensordecedores, y una grandiosa voz sobrenatural que no requería micrófono ni altoparlantes para ser escuchada por aquella muchedumbre!
Aquello no era una multitud de cincuenta o cien mil personas como la que se reúne en un partido de fútbol, béisbol o cualquier evento deportivo. Semejante reunión de espectadores nos parece ahora descomunal, pero comparada con aquel auditorio que tuvo Dios, no es más que una gota de agua en el mar. Su público no fue de 50.000, ni de 100.000 ni de un millón, ¡sino de dos o tres millones de personas formando una sola muchedumbre que desafía la imaginación!
No fue la voz de Moisés la que dictó la ley de Dios. ¡Fue la voz de Dios mismo! ¡La nación entera escuchó la voz de Dios!
"Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy el Eterno tu Dios..." Entonces la voz de Dios dictó a aquella concurrencia las palabras de los Diez Mandamientos.

¡La voz de Dios, no de Moisés!

¡Cuán significativo! Aquel día, el día de Pentecostés (llamado en el Antiguo Testamento la Fiesta de los Primeros Frutos o Fiesta de las Semanas), en medio de esta tremenda y arrolladora manifestación de las fuerzas de la naturaleza, Dios dictó su ley - su camino de vida - a los únicos seres en la Tierra que constituían su pueblo. Ello sucedió al fundarse y establecerse la nación de Dios en la Tierra.
Muchos siglos después, el día de Pentecostés del año 31 d.C., con una tremenda y asombrosa manifestación, Dios confirió a su pueblo (Iglesia) su Espíritu Santo, el amor de Dios para cumplir aquella ley. ¡Ello sucedió al fundarse y establecerse la Iglesia de Dios en la Tierra!
¿Quién dio al pueblo los Diez Mandamientos?
¡Veamos cuidadosamente! El pueblo no recibió los Diez Mandamientos de Moisés, como parece creer la mayoría de las personas hoy. Moisés escuchó cómo en esta forma se dictaba por vez primera los Mandamientos, ¡a la vez que escuchaba toda aquella nación de millones de personas! No fue Moisés quien le dio esta ley al pueblo, sino que "habló Dios todas estas palabras".
Luego, veamos Deuteronomio 5.4-22. Esto sucede más tarde. Moisés habla al pueblo de Israel y le dice: "Cara a cara habló el Eterno con vosotros en el monte de en medio del fuego. Yo estaba entonces entre el Eterno y vosotros, para declararos...", y seguidamente leemos las palabras de los Diez Mandamientos (versículo 6-21).
¡Los Diez Mandamientos no vinieron de Moisés sino de Dios! No fueron dictados al pueblo por Moisés, sino por Dios a toda la nación reunida. Dice Moisés: "Cara a cara habló el Eterno con vosotros", con el vasto concurso de todo el pueblo.
Él explica (versículo 5) que se puso enfrente de ellos para darles valor, pues se hallaban atemorizados. Pero él estaba con ellos, ¡como un concurrente más en aquella vasta asamblea!
¡Dios habló a toda la congregación, a todas las personas allí reunidas, y no solamente a Moisés!
Veamos más adelante: Después de volver a escribir las palabras de los Diez Mandamientos habladas por Dios, Moisés prosigue en el versículo 22, diciéndole al pueblo de Israel: "Estas palabras habló el Eterno a toda vuestra congregación en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la oscuridad, a gran voz; y no añadió más Y las escribió en dos tablas de piedra, las cuales me dio a mí".
¡Lea esto de nuevo cuidadosamente! Seguramente no es lo que le han enseñado. ¡Léalo en su propia Biblia!
Estas palabras de los Diez Mandamientos fueron dichas por el Señor. ¿A quién? "A toda vuestra congregación". El pueblo no recibió los Diez Mandamientos de Moisés, sino directamente de la voz de Dios, que fue escuchada por todos.
"Y no añadió más" ¡Era ley completa! Es una ley espiritual. Es completa. ¡No añadió más a aquella ley! Las demás son todas leyes diferentes e individuales; no son parte de aquella ley espiritual, ¡la cual es completa en sí misma!
Y quien piense que esta ley era sólo para "los judíos", no podría estar más equivocado. ¿No dice, acaso, en Hechos 7.38 que aquellos israelitas recibieron "palabras de vida que darnos" - a nosotros, que somos cristianos bajo el Nuevo Pacto?
Todas las demás naciones se habían apartado de Dios y de sus caminos. Ahora Dios escogía un pueblo oprimido y esclavizado como su nación, el único pueblo de la Tierra que no se había desvinculado totalmente de Él.
Sobre esta base se hizo el Antiguo Pacto pero, ¿cuál es la base del Nuevo Pacto? Léalo en Hebreos 8.10: "Por lo cual, este es el pacto que haré con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: Pondré mis leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo".
Veremos claramente más adelante que: 1) no se trataba de una ley temporal que terminaría en la cruz; 2) tampoco era una ley especial para una nación, y prohibida para otras. Dios no hace acepción de personas (Hechos 10.34).

El mandamiento del sábado

Veamos ahora más de cerca, el mandamiento del día sábado.
"Recuerda el día del sábado para santificarlo" (Éxodo 20.8, Biblia de Jerusalén). Dios ordenó que recordemos ese día y los hombres han insistido en olvidarlo o en querer cambiarlo por otro.
En el sermón del monte dijo Cristo: "No penséis que he venido para abrogar la ley", y los cristianos profesantes creen que sí vino a destruirla.
En el mismo sermón Cristo dijo: "no juréis", y los cristianos profesantes siguen la práctica universal de levantar la mano derecha y jurar.
Cristo dijo: "Amad a vuestros enemigos", y sus seguidores profesantes aborrecen a sus enemigos y los matan.
Cristo dijo: "Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto", y los cristianos profesantes dicen: "Es imposible cumplir la ley de Dios, y mucho menos ser perfectos. Dios la cumplió en nuestro lugar, y después la abolió".
Dios manda: "¡Haced!" Y los que profesan ser sus seguidores dicen: "¡No hagáis!"
Cristo manda: "¡No hagáis!" Y sus seguidores profesantes: "¡Haced!"
Cristo mandó: "Acuérdate del sábado". Y los cristianos profesantes lo olvidan.
Pero notemos el resto de la frase, "para santificarlo". Es decir, mantenerlo santo. No se puede mantener caliente el agua helada; sólo se puede mantener caliente el agua que ya lo está. No se puede mantener como santo un día que no lo es. El único día de la semana que Dios ha santificado es el sábado. Es imposible mantener santo el domingo o el viernes, pues Dios jamás los santificó y el hombre no puede hacerlo. ¡Éstos no son argumentos, son hechos, por los cuales seremos juzgados en el juicio de Dios!
Ahora veamos los versículos 9 y 10 (Éxodo 20) "Seis días trabajarás, y harás toda tu obra; más el séptimo día es reposo para el Eterno tu Dios; no hagas en él obra alguna".
¡No se trata simplemente de cualquier séptimo día! No es "un día en siete". ¡Cristo dijo "el séptimo día"! En Mateo 28.1 - después de la crucifixión y la resurrección, después de haber sido "clavado en la cruz" todo aquello que allí habría de ser clavado - encontramos que es el séptimo día de la semana, ¡el día anterior al primer día de la semana!
¡Veamos aun más! Jesucristo no dijo a aquellos israelitas, "el sábado de los judíos". Dijo claramente que el sábado "es reposo para el Eterno tu Dios". Si es el descanso o reposo para el Señor, entonces realmente es "el día del Señor".
Pongamos fin ahora mismo al argumento de que el domingo es el "día del Señor". Reto a cualquier lector a demostrar cualquier pasaje bíblico donde se identifique el domingo, o primer día de la semana como "día del Señor" y proclamaré la verdad de aquel pasaje a los millones de oyentes del programa El Mundo de Mañana, que se trasmite a todos los continentes habitados de la Tierra, en varios idiomas, y lo publicaré en un artículo de fondo en la revista La Pura Verdad, cuyos lectores en todo el mundo alcanzan a varios millones.
Dios ha puesto delante de mí uno de los públicos más numerosos del mundo actual. Si usted cree que el domingo es "el día del Señor" y lo puede demostrar en las Sagradas Escrituras, ¡tiene ahora la oportunidad de exponer sus argumentos a millones de personas! Pero antes de que alguien cite Apocalipsis 1.10, permítaseme llamar la atención hacia el hecho que: 1) dicho versículo no se refiere a ningún día de la semana sino a un período general, profético, denominado "el día del Señor" en más de 30 profecías. Actualmente estamos en "el día del hombre". El día del Señor es la era cuando Dios intervendrá de manera directa y sobrenatural en los acontecimientos mundiales, y comenzará a hacerse cargo del gobierno de todas las naciones. Y, 2) dicho versículo y su contexto no hacen referencia alguna a ningún día de la semana, y de ninguna manera mencionan el domingo o "el primer día de la semana". No hay absolutamente nada en este versículo o su contexto que los asocie con un día de culto semanal ni con un cambio del día para el domingo. Quienes lo asocian con el domingo lo hacen sin la autoridad de las Escrituras, engañando así a millones de personas.
El "día del Señor" es el día que pertenece al Señor, aquel sobre el cual Él es Señor.
En Marcos 2.28 Jesucristo dijo ser Señor del sábado, no del domingo.
En el versículo en cuestión, Éxodo 20.10, Él dijo a todo el pueblo reunido: "Mas el séptimo día es reposo para el Eterno tu Dios". No dijo "reposo del pueblo judío", sino de "el Eterno tu Dios".
Leamos de nuevo las palabras de Cristo en el mandamiento: "Seis días trabajarás, y harás toda tu obra", (aquellos son nuestros días, para realizar nuestras labores) "mas el séptimo día es reposo para el Eterno tu Dios". El séptimo día es el día del Señor. Lo dice claramente este mandamiento en la ley que define el pecado.
En 1 Juan 3.4 leemos la definición bíblica de pecado: "El pecado es infracción de la ley". En Romanos 7.7 leemos cuál es la ley cuya trasgresión constituye pecado: la ley que dice "no codiciarás", citada de aquella misma ley de Éxodo 20.17. En Santiago 2.9-11 vemos cuál es la ley que define el pecado. Es una ley subdividida en "puntos" (versículo 10), uno de los cuales es "no cometerás adulterio", citado de aquella misma ley (Éxodo 20.14), y otro es "no matarás", tomado también de la misma ley (Éxodo 20.13).
En Santiago 2.10 leemos que si quebrantamos cualquiera de estos diez puntos seremos culpables de pecado. La misma ley dice: "Recuerda el día del sábado para santificarlo... el séptimo día es reposo para el Eterno tu Dios". ¡Quien desobedezca este mandamiento comete PECADO!
Seguramente lo anterior es muy distinto de lo que usted ha creído o de lo que le han enseñado. Pero si alguien desea discutirlo, ¡sugiero que guarde sus argumentos para el Juicio Final e intente discutir cara a cara con su Salvador y Creador, Jesucristo!

Llamado el sábado desde la creación

Continuando con Éxodo 20, veamos un último hecho de importancia vital.
En el versículo 11 leemos: "Porque en seis días hizo el Eterno los cielos y la tierra... y reposó en el séptimo día; por tanto, el Eterno bendijo el día de reposo y lo santificó".
¿Cuándo bendijo y santificó Dios el séptimo día? Leemos en Génesis 2.3, como se explicó anteriormente, que lo bendijo y lo santificó aquel séptimo día de la semana de la creación. Este mandamiento dice claramente: "el Eterno bendijo el día de reposo". Lo bendijo y santificó el día después de la creación de Adán y Eva. Y lo que bendijo entonces, según Éxodo 20.11, fue el día de reposo. Era el día de reposo de Dios desde la primera semana de la creación.
Muchos han utilizado el argumento falaz de que Dios jamás hizo el sábado hasta que dio los Diez Mandamientos en el monte Sinaí. Pero aquí se dice claramente que el séptimo día de la semana de la creación, que entonces fue bendecido y santificado por DIOS, era desde entonces el día sábado. Además, como ya se probó de manera enfática, el sábado ya existía y era el día santo de Dios antes de que los hijos de Israel llegaran al monte Sinaí, como lo demuestra Éxodo 16.
Así pues, el Señor Jesucristo, siendo el "Verbo" (Juan 1.1) o el Yahvé (en hebreo "YHWH") de Génesis 2, quien hizo todo lo que fue hecho, hizo también el sábado, como afirmó claramente Jesús en Marcos 2.27. Es una de las cosas que Él hizo, y fue hecho el séptimo día de la primera semana, la semana de la creación. El día del sábado ha existido desde la creación, y dos milenios más tarde, este mismo Señor, la persona de la Divinidad que se convirtió en Jesucristo, ¡mandó a su pueblo santificarlo! ¡Y unos dos mil años después dijo que Él es Señor de ese día!